lunes, 7 de febrero de 2011

EL JAMÓN DE SUPERAMA



Doña Lolita, una señora que se caracterizaba por sus finísimos modales, espléndido gusto y magnífica educación, todavía no podía comprender la conducta de su esposo, el Lic. Alencastre. Pepe para los amigos y familiares. Licenciado para sus dos yernos.

Se encontraba muy alterada durante el trayecto al supermercado. Ahora que se encontraba allí, la taquicardia había aminorado pero el dolor se volvía un poco más agudo, sobre todo en el antebrazo.
Todavía no podía comprender el por qué de que su marido, que siempre la había tratado con ternura y comprensión, aquella mañana había sido tan descortés con ella. Comenzó gruñéndole por cualquier cosa que hacía; primero cuando lo quiso despertar, cuando lo llamó para el desayuno y por último cuando subió a preguntarle si se sentía bien.

- Tal vez tenga problemas en el trabajo - pensó - pero no tenía por qué tratarme así.

Cuando subió a la recámara para ver si se encontraba bien (tomando en cuenta que había llegado muy tarde del trabajo, casi hasta el amanecer), al parecer perdió la paciencia y se le fue encima. Sólo alcanzó a morderla  en el antebrazo, pero fue una mordida dolorosa y profunda. Alcanzó a sacarle sangre.

No se quedó a exigir una explicación. Estaba muy alterada y al no tener a quién recurrir para platicar o pedir consejo, lo único que se le ocurrió fue hacer lo que más la relaja y entretiene: hacer el súper.

Por eso es que doña Lolita se encontraba esa mañana en el supermercado.

Mientras se dirigía al departamento de carnisalchiconería sentía un malestar terrible en todo el cuerpo; sentía un sudor frío recorrerle todo el cuerpo. El dolor del antebrazo se le extendió por el resto del brazo, el hombro y ahora lo sentía hasta el pecho.

- Espero que Pepe no haya tenido rabia - bromeó consigo misma para aminorar la tensión, pero su propia risa forzada le pareció falsa y, tal vez preocupante para alguien que la pudiera ver hablando sola.

Una punzada en el estómago la hizo cerrar los ojos por un momento, y cuando los volvió a abrir una empleada de bata blanca, gorrito blanco y tapabocas la llamó Güerita y le preguntó qué iba a querer.
Por un momento a doña Lolita le costó trabajo concentrarse, pero haciendo un esfuerzo considerable, le pidió medio kilo de jamón de pechuga de pavo bajo en sales de Fud.

- Permítame ofrecerle el jamón del Rancherito Feliz que también viene bajo en sales y trae un 20% de descuento en la compra del kilo completo - respondió la empleada, haciendo caso omiso de la solicitud de la señora.

Doña Lolita, con un dolor abdominal cada vez más intenso sólo quería tomar su jamón y largarse de ahí, pero sabía que Pepe era muy exigente con los productos que compraba y rara vez aceptaba experimentar con nuevas marcas, por lo que sacando fuerzas de donde pudo, logró decir - No, gracias - con toda la compostura de que fue capaz.

Pero la empleada despachadora, que ganaba una comisión por parte del Rancherito Feliz, no pensaba ceder fácilmente, por lo que arreció con un - Pruébelo, Güerita, va a ver que está muy sabroso.

Doña Lolita con la frente perlada por el sudor, sintió que el dolor abdominal era más bien un vacío. Un vacío tan inmenso, que le dolía en el alma. Eso, y la necedad de la despachadora, la hicieron perder la paciencia, por lo que reuniendo todas sus fuerzas dijo en voz alta, con toda la intensión de dejar muy claro lo que iba a decir: ¡Mira, hija de la chingada, o me das mi pinche jamón como te lo pedí o te parto toda tu pinche madre!

Fue entonces cuando la despachadora, entre asustada e indignada le dijo a doña Lolita que no la iba a atender y que tendría que retirarse en ese momento de la tienda. Se dirigió hacia el interfón para contactar a su supervisor, pero no alcanzó a dar más de tres pasos pues doña Lolita con un ágil movimiento, y ante la sorpresa de las demás personas que la vieron, saltó el mostrador y atacó a la despachadora por la espalda, tirándola al suelo y mordiéndole la nuca mientras la sangre brotaba con espectacular violencia.

Un empleado que se encontraba de frente a la acción, no pudo evitar ver los ojos desorbitados de doña Lolita mientras arrancaba carne a mordidas y rasgaba la piel con sus propias uñas.

La despachadora aún sufría espasmos cuando doña Lolita se levantó del piso con la cara llena de sangre, blandiendo un tramo de columna vertebral en la mano derecha. Después de soltar un alarido que terminó por llamar la atención de los más distraídos, fijó su vista en todos los que la miraban. Se hizo una pequeña pausa. Todos la miraron y ella los miró. Sus ojos reflejaban furia.

Dos despachadoras más hicieron el primer movimiento. Trataron de huir alejándose lo más rápido posible, mientras el único despachador hombre (el que había visto la acción de frente) la quiso someter, pero sólo recibió una mordida en el cuello, la cual le causó una hemorragia que no pudo tapar ni con sus dos manos.

Mientras las clientas huían corriendo, los empleados de la tienda y hasta los polis del estacionamiento eran llamados para ayudar a controlar a una pinche vieja loca.

Doña Lolita, al igual que su amado Pepe, ya no era la persona que solía ser. El recuerdo de sus nietos en el jardín y de esas tardes de sol, entre risas y arrumacos, se habían desvanecido completamente. Ahora todo lo llenaba un vacío físico que le dolía. Y ese dolor era lo que le producía esa furia incontenible que se le clavaba en el cerebro y en el estómago, y que, no sabía por qué, estaba segura de que aminoraría si comía carne humana y sesos, vísceras, ojos, lengua todo lo que pudiera, era poco para ella.

(Dedicado a mi vieja, que le cagan los zombies, pero este cuento la hizo reir... Y aparte, doña Lolita está inspirada en su madrina... Tal vez eso la hizo reir.)

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